Declaración Política de Fundación

La siguiente es la declaración política básica adoptada por Solidaridad en su convención fundadora en Chicago, marzo 28- 30, 1986. Se estableció una Comisión sobre Nacionalidades Oprimidas en la convención para redactar la sección IV, que será adoptada por el Comité Nacional. Hasta la que sección IV se adopte, esta declaración no se emitirá públicamente para la distribución amplia.


POR UNA ALTERNATIVA SOCIALISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Aproximadamente hace dos décadas, Estados Unidos y el capitalismo mundial entraron en la primera fase de una crisis prolongada por todo el sistema. Esta crisis, todavía en desarrollo, ha demostrado los aspectos clásicos bien conocidos de las teorías marxistas de la crisis, pero también nuevos aspectos. Desde temprano en la década de 1970 hemos presenciado la reafirmación de ciclos de auge y decadencia, rivalidades económicas nacionales intensificadas, evidenciadas por el proteccionismo y otras medidas; y una expresión visible de la caída de la tasa de ganancia.

Los nuevos desarrollos, sin embargo, han dado también a este período de crisis un carácter único: “la estagflación”, las recesiones en que la inflación continúa a pesar del alto desempleo y la contracción económica; una explosión de la deuda internacional que amenaza tragarse vivo al sistema bancario; y quizás lo más sorprendente para los marxistas, la capacidad inaudita del sistema para producir soluciones a corto plazo mediante la intervención estatal, aún al costo de profundizar las contradicciones subyacentes tales como el desempleo estructural alto y permanente en los EE.UU. y Europa.

La crisis larga ha producido indicios de posibilidades revolucionarias, comenzando con Francia en 1968. Aunque la expectativa de la izquierda revolucionaria sobre la revolución social inminente en 1968 resultó altamente optimista, sin embargo los años siguientes mostraron las primeras fases de las revoluciones potenciales de la clase obrera — Chile antes del golpe de 1973, Portugal durante 1974-75, Sudáfrica hoy. Los movimientos nacionales de liberación conquistaron la independencia en las colonias portuguesas en Africa y en Zimbabwe. En Vietnam, el imperialismo norteamericano sufrió su mayor derrota histórica. Los años recientes han visto la apertura de luchas sociales profundas y movimientos democráticos en países de la “periferia” capitalista tales como Corea del Sur, Brasil, México, las Filipinas y la región Centroamericana. La revolución victoriosa en Nicaragua y otras luchas revolucionarias continúan desplegándose en Guatemala y El Salvador.

Un aspecto dramático de las luchas de hoy en día en gran parte de la “periferia” o en los estados capitalistas del Tercer Mundo es el creciente peso social de la clase obrera — según se expresa tanto en sus propias organizaciones de clase como en sus alianzas con el campesinado y las “masas urbanas marginadas”. El crecimiento rápido de las clases obreras en América Latina, Asia y Sudáfrica hace aun más pertinente la aplicación de la política y análisis marxistas en estas luchas. El surgimiento de movimientos obreros militantes, masivos, bajo condiciones represivas, ha confirmado la potencialidad del movimiento de la clase obrera de dirigir la lucha por la democracia, por la transformación de la revolución política en revolución social, y la posibilidad de construir auténticos partidos revolucionarios de clase obrera.

Europa Oriental ha experimentado también su propia crisis. El dominio burocrático absoluto sobre la economía genera baja productividad, ineficacia, e incapacidad de satisfacer las necesidades elementales del consumidor. En algunos casos, las crisis de estos estados también se ha vinculado a las contradicciones del capitalismo, a medida que las burocracias gobernantes buscan la inversión y préstamos bancarios occidentales para encubrir sus propios fracasos.

Esta crisis estalló más dramáticamente en el movimiento obrero polaco Solidarnosc en 1980-81. De una lucha por el derecho elemental a la sindicalización independiente, el movimiento apuntalado por Solidarnosc rápidamente evolucionó hacia un desafío revolucionario proletario clásico –un tipo de poder dual– antes de ser trágicamente derrotado por la imposición de la ley marcial. Ese movimiento representa la expresión máxima hasta el presente de la lucha por la libertad socialista en el bloque oriental.

Como socialistas revolucionarios en la patria del imperialismo nos sentimos hondamente inspirados por todas estas luchas, nos comprometemos a estudiar y construir la solidaridad con ellas. Esta es una tarea a la cual se más adelante en esta declaración se dedicará una discusión adicional . Sin embargo, la dura realidad sigue siendo que la crisis prolongada no ha producido ningún auge revolucionario generalizado. Desde luego, la tendencia general de la década pasada para las clases obreras de los países industriales capitalistas “avanzados” ha sido hacia la caída de la fortaleza sindical y, en alguna medida, el conservadurismo político. A medida que los trabajadores se desorientaron, las fuerzas derechistas conquistaron terreno.

Hay excepciones importantes, por supuesto: la victoria limitada de los metalúrgicos alemanes por una semana más corta de trabajo; la resistencia tremenda mostrada por los mineros británicos, aunque su lucha se perdiera a causa de la pasividad de la burocracia sindical británica ; el exitoso paro minero de 1978 en EE.UU. y los comienzos de huelgas importantes que resisten las concesiones adicionales a los patronos en el último año. En por lo menos un país, Gran Bretaña, la izquierda revolucionaria jugó un papel significativo en derrotar un movimiento fascista incipiente.

Sin embargo, contrario a las expectativas de prácticamente todas los matices de opinión en los EE.UU. y en la izquierda europea occidental, la dirección que ha seguido la clase obrera de los países “avanzados” ha sido hacia la retirada. Las fuerzas de la izquierda revolucionaria eran, por supuesto, demasiado pequeñas para revertir este proceso, aún si lo hubiéramos entendido totalmente. No es sorprendente que a medida que los movimientos de los trabajadores de los EE.UU. y Europa Occidental ha declinado, la izquierda revolucionaria ha declinado también en esos países.

A la vez que la combatividad del movimiento obrero organizado ha retrocedido, los movimientos sociales y políticos amplios de asuntos tales como el feminismo, ambientalismo y el anti-militarismo han persistido, con altas y bajas. Estos movimientos juegan un papel crítico en lanzar un desafío visible a los aspectos más odiosos del ataque capitalista. Mantienen vivos un espíritu de discusión y de resistencia, que frecuentemente ganan las simpatías, si no la participación activa, de la mayoría de los trabajadores. Esto se demuestra más dramáticamente en el profundo sentimiento anti-militarista en los países avanzados capitalistas, que ha llegado a ser un factor que los capitalistas deben tomar en cuenta al desplegar sus planes de guerra y al esparcir sus arsenales nucleares. El movimiento contra los proyectiles que sacudió a Europa Occidental y el movimiento contra la intervención de los EE.UU. son ejemplos recientes. Los desafíos planteados por estos movimientos sociales también sirven para profundizar la discusión en el movimiento de los trabajadores y sacudir la complacencia colaboracionista de su liderato. La posición pro opción conquistada a duras penas en el NPD canadiense y la controversia dentro de la AFL-CIO estadounidense sobre el punto de Centroamérica demuestran esta capacidad.

La persistencia de tales movimientos ha sido también crítica para la propia supervivencia de la izquierda. Como activistas dentro de ellos, buscamos mantener su independencia de la perversa trampa electoral capitalista de optar por “el menor de los males”. También buscamos profundizar sus conexiones e integración en la vida política de la clase obrera a fin de preparar el camino para el surgimiento de un movimiento de clase obrera que pueda dirigir la totalidad de los asuntos sociales y políticos que encara.

Durante la década pasada en gran parte de Europa Occidental y Europa del Sur, así como también en Japón, la izquierda revolucionaria decayó o se destruyó a sí misma. Entre tanto los partidos reformistas “eurosocialistas” han llegado al poder en Francia, Grecia, España y Portugal — y el resultado ha sido un fracaso rotundo en enfrentar las crisis de sus propias sociedades . Han roto toda promesa electoral, ya fuera retirarse de la OTAN, crear reformas económicas democráticas, eliminar el desempleo, liberar a las mujeres o aliarse con las luchas de liberación del Tercer Mundo. Claramente la social-democracia no ha creado una alternativa a la retirada de la clase obrera, sino que constituye una expresión política de esa retirada.

La Escena estadounidense

Sin embargo, en ninguna parte el descenso y la desorientación de la izquierda han sido tan agudos como en los Estados Unidos, y para los socialistas revolucionarios en los EE.UU. esto debe ser el punto práctico de partida. Las pequeñas fuerzas de la izquierda revolucionaria en los EE.UU. encaran una crisis aguda de perspectiva. Esa crisis no puede ser superada ignorándola, o por medio de la admiración y apoyo a las luchas en otros países.

Un profundo conservadurismo de izquierda, ocasionado en parte por el descenso de los movimientos dinámicos de oposición masiva, ha atraído hacia el Partido Demócrata a muchos activistas anteriormente radicales. Nosotros estamos totalmente opuestos a este curso desastroso, y consideramos que combatir esta tendencia es una tarea básica de la política socialista. Ha habido un deslice menor pero igualmente desastroso hacia la política estalinista y una tendencia hacia el burocratismo organizativo, falsamente envasado como “centralismo democrático”. Creemos que el reagrupamiento socialista revolucionario, y el enfoque político general a ser planteado en esta declaración, son un primero paso para superar esta crisis y reconstruir una organización y una política socialista efectiva en los EE.UU.

La necesidad de tal política y tal organización nunca ha sido mayor que en la actualidad. La construcción de tal alternativa debe partir de las realidades de la clase obrera de EE.UU., los movimientos de los oprimidos y la izquierda. Todos han sido hondamente desorientados por el predominio del Reaganismo y debilitados por la ofensiva patronal.

La política del Reaganismo, sin embargo, es símbolo y síntoma de la postura cada vez más agresiva del capital en los EE.UU. –no su causa. Por otra parte, los cambios económicos en los años recientes han iniciado la “reestructuración” de la industria de los EE.UU. y de la clase obrera misma, una reestructuración profundamente desventajosa para el movimiento obrero tradicional. Las industrias más anti-guas y sus uniones han caído en descenso. Una proporción mayor de los empleos paga bajos salarios, y están ocupados desproporcionalmente por mujeres y minorías oprimidas, mientras que la proporción de clase obrera industrial de cuello azul dentro de la población ha disminuido. Se han creado a la vez un sector grande de gerentes y profesionales opulentos . Esta nueva capa próspera infla la base política de Reagan, y ha ayudado a sentar la tónica de las políticas de negligencia social deliberada en la política convencional así como también de la política viciosa calculada de la derecha.

Por otra parte, el capital estima que no puede afrontar reformas caras, gastando al nivel social anterior o respetando la negociación colectiva como en los períodos previos de prosperidad. Aun más a secas, el capital no siente una amenaza desde abajo que lo fuerce a ceder tales reformas. Más bien, su estrategia es imponer la totalidad de lo que cuesta hacer competitivo al capital norteamericano sobre los obreros organizados y los no organizados, sobre la comunidad negra y sobre las mujeres. Los frutos de esta estrategia se ven por todas partes, en mil atrocidades diarias. En los distritos centrales de las ciudades de población negra, la tasa de mortalidad infantil está a los niveles del Tercer Mundo –un resultado predecible de la reducción de programas prenatales de alimentación. La “desindustrialización” ha arruinado a regiones enteras. El porcentaje de trabajadores sindicalizados ha caído al 18%.

Desde finales del decenio de 1960 hasta mediados de los 70s, el movimiento de masas de mujeres creó una nueva atmósfera en que la libertad reproductiva, el cuidado de niños, y un empleo decente comenzaron a verse como derechos. Resulta natural, dentro del contexto de un sistema capitalista que desde su inicio se ha construido sobre fundaciones de supremacía masculina así como también sobre la explotación de clase, que la imposición de la austeridad y las soluciones políticas derechistas impliquen una contraofensiva para eliminar las conquistas recientes de las mujeres.

Sin embargo, las luchas que produjeron las victorias limitadas de las mujeres fueron el resultado de condiciones de vida reales que todavía existen –la entrada a gran escala de las mujeres a la fuerza de trabajo, voluntaria o involuntariamente, y el porcentaje de familias ahora dirigido por mujeres, etc. El modelo de la familia centrada en el salario del varón, idea idealizada por la derecha, es cada vez más un mito. Continuarán de todas formas las luchas de las mujeres por los derechos fundamentales. La convocatoria por parte de NOW (Organización Nacional de Mujeres) a las demostraciones en apoyo del derecho al aborto, que es la punta de lanza de los ataques derechistas contra todos los derechos de las mujeres, es indudablemente una expresión de esta realidad. La participación en estas luchas debe ser central al renacimiento de un movimiento obrero, así como también una izquierda, digna del nombre.

Debe enfocarse atención especial en la fase actual de la crisis capitalista en el aumento del militarismo. Lejos de representar una fase transitoria o un aspecto particularmente grotesco de una administración derechista, los aumentos continuos y dramáticos en los gastos militares se construyen deliberadamente como parte del esfuerzo de reactivar una economía dada al estancamiento. El hecho que estos aumentos impulsan un déficit ruinoso, lo cual de por sí constituye una amenaza a la confianza económica de la clase gobernante, ha creado contradicciones políticas que todavía no están resueltas.

Políticamente el aumento de los gastos de “defensa” es parte del esfuerzo por construir un consenso que permita a EE.UU. ser “el guardián” del Tercer Mundo, con la excusa de detener el “expansionismo Soviético”. Tal consenso es necesario para que millones de trabajadores estadounidenses sientan que tienen un interés real en políticas que, de hecho, destruyen sus trabajos, sus comunidades y sus vidas.

En esta situación, la tarea de construir una alternativa socialista en los EE.UU. comienza por la construcción de la resistencia, en batallas grandes y pequeñas, en las uniones y los movimientos sociales más amplios, a los ataques sociales y económicos del capital. La participación de los activistas socialistas en estas luchas diarias es mucho más importante que la elaboración de planes complejos de “reforma estructural” para los cuales no hay medios de implementación.

Nosotros tratamos de introducir ideas políticas pertinentes en estas luchas diarias, de cualquier forma que podamos, para ayudar a vincularlas, para construir alianzas y lazos de solidaridad entre ellas. Esto significa participar en todas las luchas por obtener reformas. Pero también significa plantear una visión más amplia de una sociedad sin explotación u opresión. Tal sociedad no puede lograrse desde arriba; requiere que el pueblo trabajador ordinario tome el control, colectivamente y democráticamente, sobre sus vidas.

El socialismo es la sociedad que los trabajadores y los oprimidos comenzarán a construir cuando hayan tomado el poder mediante una revolución que surja de sus luchas diarias. Debe ser en base a la democracia de los trabajadores, lo cual significa tanto el control por parte de los trabajadores de la producción como el ejercicio del poder político mediante instituciones democráticas de masa. Únicamente mediante tales instituciones de democracia obrera puede la clase obrera retener el poder que ha ganado y usarlo para construir una nueva sociedad.

Nuestra visión socialista es por lo tanto profundamente revolucionaria y democrática, visionaria y arraigada en la lucha diaria, obrera y feminista, anti-capitalista y anti- burocrática. Únicamente forjando tal alternativa en el plano doméstico podremos finalmente cumplir nuestras obligaciones con las luchas por la libertad alrededor el mundo.


EL INTERNACIONALISMO, UNA POLÍTICA DE SOLIDARIDAD

Para nosotros como socialistas revolucionarios, la lucha por la libertad a través del mundo es indivisible –de Centroamérica a Sudáfrica, desde Puerto Rico hasta Polonia. El internacionalismo tiene importancia particular para los socialistas en los EE.UU., cuya clase dominante tiene a su disposición el mayor arsenal nuclear y además juega un papel principal en perpetuar la miseria en defensa de su imperio mundial. A medida que las secciones de la clase obrera estadounidense comienzan a resistir los ataques corporativos, a medida que experimenta ataques anti- sindicales y el cierre de fábricas, surge la importante responsabilidad política para los activistas socialistas de explicar pacientemente los elementos comunes de estas luchas con los movimientos de los pueblos trabajadores y oprimidos en pro de la libertad política y la justicia social en América Latina, Sudáfrica, las Filipinas y en otras partes.

Nuestro internacionalismo comienza en casa, con la participación más amplia posible en movimientos contra la intervención imperialista de EE.UU. en el Tercer Mundo, su ocupación colonial de Puerto Rico y del Archipiélago Micronesio, y su acumulación progresista de armamentos que amenazan con aniquilar al género humano. En contraste con los ideólogos del liberalismo y aún algunos que se reclaman de izquierda, no distinguimos formas de intervención norteamericana “progresistas” versus formas “reaccionarias”. La clase dominante norteamericana no tiene ningún papel progresista que jugar en ninguna parte del mundo.

En Centramérica, independientemente de que el gobierno de Estados Unidos respalde los escuadrones de la muerte ultraderechistas o las reformas demócrata-cristianas desde arriba, los objetivos permanecen iguales. Comúnmente, de hecho, se utilizan ambas tácticas simultáneamente, hacia un fin común: mantener la región abierta a la inversión de EE.UU. y mantener a las masas de campesinos y trabajadores disciplinadas por la pobreza, el desamparo y el miedo. Estas condiciones generalmente se conocen como “estabilidad,” “armonía social” y “clima favorable a los negocios”.

En Sudáfrica, el “involucramiento constructivo” y las sanciones cosméticas contra el apartheid son dos lados de la misma política pro-racista norteamericana. Sudáfrica es un pilar económico y militar regional del “Mundo Libre”, y de ninguna manera están los EE.UU. dispuestos a permitir que la mayoría negra amenace este orden de cosas. Desde luego, mientras concede gestos puramente verbales contra el apartheid (un sistema al que, por supuesto, nadie dio aprobación abierta, excepto los Nazis), los EE.UU. han fortalecido su asociación militar con Sudáfrica moviéndose hacia el apoyo abierto al movimiento UNITA (apoyado por los sudafricanos) en Angola.

Las mismas consideraciones aplican con respecto a la relación de los EE.UU. con dictaduras en el Tercer Mundo, como por ejemplo la del Shah de Irán, la de Sadat en Egipto y la de Marcos en las Filipinas. Estos dictadores retienen el apoyo pleno de los EE.UU., sin considerar cuán aislados estén o cuán odiados sean dentro de sus propios países, a menos que la represión fracase y la amenaza de revolución desde dentro socave “la estabilidad”.

En el Medio Oriente, los Estados Unidos actúan en concierto junto con su aliado y socio menor Israel, para suprimir todas las expresiones nacionales del pueblo Palestino y las aspiraciones por la justicia y los derechos humanos. El apoyo ilimitado, económico y militar, de los EE.UU. a Israel es el fundamento tanto del expansionismo sionista en el Medio Oriente como del papel global creciente de Israel en la represión del Tercer Mundo, incluyendo el genocidio en Guatemala.

En prácticamente todos estos casos, la política extranjera imperialista de la clase capitalista de EE.UU. se apoya en un consenso bipartidista en el Congreso, en el silencio o complicidad de los medios masivos, y en el apoyo implícito, y muchas veces hasta activo, de la burocracia sindical. Un primer paso importante para quebrar el consenso pro-imperialista es forzar que haya una discusión abierta. Esto ha comenzado a ocurrir dentro de las uniones alrededor de los puntos de Centroamérica y Sudáfrica. Sobre muchos otros puntos, sin embargo –notablemente el Medio Oriente– no hay prácticamente ninguna discusión seria dentro de las instituciones del movimiento obrero, los medios de comunicación, o en ninguna otra parte.

Alto a la Intervención

Como activistas de solidaridad y anti-intervencionistas, trabajamos en una gama amplia de movimientos: las uniones, Compromiso de Resistencia (Pledge of Resistance), el Movimiento de Santuario y en las redes de solidaridad guatemalteca, nicaragüense y salvadoreña. Vemos la construcción del movimiento contra el apartheid como una prioridad importante. El fortalecimiento del movimiento de solidaridad con el pueblo Palestino es una tarea clave, especialmente dado el apego continuo de mucha de la izquierda al Sionismo.

No puede haber un fórmula única para construir todos los movimientos. Apoyamos cualquier forma de actividad que movilice la gente y levante el nivel de conciencia. Sin embargo, el deslice general hacia el Partido Demócrata se ha hecho sentir en los movimientos, una retirada que de hecho desmoviliza a los activistas, reduce las presiones sobre el Congreso y la Administración y por medio de eso indirectamente contribuye al desplazamiento hacia la derecha de los dos partidos capitalistas.

Favorecemos estrategias que combinen una gama de actividades tales como la actividad electoral independiente o la campañas de iniciativas locales, acciones masivas unificadas amplias, desobediencia civil donde esto ayude a construir la lucha, y finalmente una movilización masiva amplia que vincule la lucha contra la intervención extranjera con las luchas de los trabajadores contra la austeridad en la política doméstica.

Luchas anti-Burocráticas

La clase capitalista estadounidense es hipócrita cuando expresa apoyo a movimientos democráticos en Europa Oriental, como la lucha por los sindicatos independientes en Polonia, o los esfuerzos de disidentes y activistas independientes en favor de la paz, en la Unión Soviética. Washington no tiene ningún interés verdadero en la victoria del movimiento de los trabajadores polacos –su interés es desacreditar al socialismo identificándolo falsamente con los estados policíacos que no pueden tolerar ninguna forma de institución independiente de la clase obrera (uniones, partidos, periódicos, etc. ). Desde luego, la victoria del movimiento por los derechos sindicales dentro de Polonia únicamente habría servido para destacar el contraste entre la fantástica militancia y democracia de base del movimiento de Solidarnosc en 1980-81, con el carácter servil y burocrático del movimiento sindical de hoy en los EE.UU.

La supresión de Solidarnosc por la burocracia polaca no sólo desacredita el nombre del socialismo, sino que le provee metralla política a las cruzadas anti-comunistas y represivas patrocinadas por los EE.UU. –incluyendo las “desapariciones” y asesinatos de sindicalistas en Guatemala y El Salvador por parte de los escuadrones de la muerte. Aquí nuevamente el liderato de la AFL-CIO es un pilar de la política extranjera de EE.UU., con su apoyo retórico a los “sindicatos libres” y su alianza muy verdadera con la CIA para manipular los movimientos obreros en el nombre del “sindicalismo libre” en Centro y Sudamérica, África y Asia.

Como socialistas revolucionarios estamos incondicionalmente a favor del movimiento Solidarnosc y apoyamos la extensión del movimiento en pro de uniones genuinas, poder obrero y democracia socialista a los otros estados de Europa Oriental y a la URSS. Creemos también que habrá luchas obreras de aun mayor magnitud que sacudirán hasta la raíz al régimen burocrático de la China.

Apoyamos estas luchas, no en contraposición a las luchas de los trabajadores por el derecho de organizarse y ganar libertades políticas en Sudáfrica, Turquía, Chile y Palestina –sino porque consideramos que estas luchas tienen un destino histórico común y una dinámica marcadamente similar. Un aspecto notable de las luchas sociales de hoy, en Oriente y Occidente, bajo los regímenes capitalistas o los no-capitalistas, es que el movimiento desde abajo de los explotados y los oprimidos viene dirigido por la autorganización obrera. Tal organización indica la posibilidad de que surjan sociedades genuinamente socialistas sin jefes o burócratas; y por lo tanto plantean un desafío revolucionario común a los gobiernos y las élites privilegiadas de todos los tipos.

Nuevos Movimientos Obreros

Otro aspecto destacado de lucha hoy es que el capitalismo mundial y las llamadas corporaciones trasnacionales han generado transformaciones económicas, no importa cuán distorsionadas, conducentes a la formación de nuevos movimientos militantes de trabajadores en el Tercer Mundo. Ya sea en instalaciones tradicionales de fabricación que se reubican al Tercer Mundo, o en los nuevos talleres de alta tecnología que producen componentes electrónicos de silicón, frecuentemente sobre la base de la sobrexplotación de las obreras en condiciones de trabajo del siglo 19, se están forjando las nuevas clases obreras.

El movimiento de los trabajadores en Sudáfrica es el ejemplo más dramático de un movimiento proletario naciente con potencialidades revolucionarias. Este movimiento indiscutiblemente jugará el papel principal en la destrucción del apartheid.

En Brasil y México, en el sur Asiático y en otras partes, estos nuevos movimientos obreros crean, mediante el sacrificio y esfuerzos heroicos, organizaciones sindicales y políticas que finalmente desafían las relaciones sociales capitalistas y la hegemonía imperialista En muchos países del Tercer Mundo, donde la carga de la deuda internacional aplasta todas las posibilidades de progreso social, los trabajadores y los campesinos se enfrentan a la miseria para pagar una deuda que ellos nunca acordaron adquirir y de la cual ellos no reciben ningún beneficio. Los movimientos obreros militantes de esos países son la mejor esperanza de que se libre una lucha para repudiar estas deudas que han sido concertadas entre banqueros internacionales y clases dominantes locales sobre las espaldas de los pueblos del Tercer Mundo.

Las Revoluciones Centroamericanas

Las luchas revolucionarias que se despliegan en Centroamérica hoy requieren atención especial, no sólo a causa de su gran importancia intrínseca pero también a causa de la amenaza enorme que representan para los Estados Unidos. Mientras se despliegan luchas de gran importancia en muchos países desde Sudáfrica a las Filipinas, la amenaza inmediata revolucionaria a la dominación de EE.UU. está en Centroamérica, desde la victoria Sandinista en 1979 y el desarrollo de una crisis revolucionaria en El Salvador desde finales de 1979 al presente.

Este hecho es a la vez trágico e inspirador. Trágico porque en la ausencia de desafíos revolucionarios en otros países más grandes, el imperialismo DE EE.UU. es capaz de concentrar todo su salvajismo en la tarea de aplastar brotes revolucionarios en Centroamérica. Pero también profundamente inspirador, porque después de más de siete años Nicaragua continúa resistiendo el asalto y porque los movimientos populares continúan, bajo las condiciones más difíciles de represión rural y guerra aérea en El Salvador, y bajo condiciones de genocidio en Guatemala.

Nosotros permanecemos del lado del pueblo, cuya revolución conducida por el Frente Sandinista de Liberación Nacional es un paso gigante hacia la liberación. Igualmente estamos en solidaridad con la lucha salvadoreña dirigida por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y el Frente Democrático Revolucionario (FMLN-FDR) y la resistencia Guatemalteca conducida por la Resistencia Nacional Guatemalteca Unida (URNG).

Nosotros reconocemos que las dificultades extremas que enfrentan estas luchas se deben sobre todo a las fuerzas lanzadas contra ellas por los EE.UU. y sus títeres regionales, tales como el régimen hondureño, los contras nicaragüenses y cada vez más el gobierno de Costa Rica.

La revolución nicaragüense en particular presenta a la vez una fuente de inspiración y de problemas teóricos complejos para el análisis marxista. Bajo condiciones de subdesarrollo extremo y de peso social relativamente bajo de la clase obrera, las posibilidades de desarrollo de formas clásicas de poder proletario (p. ej. el ejercicio de poder mediante consejos de trabajadores) son limitadas. Sin embargo, en contraste marcado con muchas revoluciones del Tercer Mundo, Nicaragua ha presenciado el surgimiento de un elemento importante de democracia revolucionaria desde la victoria de Julio 1979. En este proceso las organizaciones masivas no controladas por un partido estatal monolítico han jugado un papel importante. Se han hecho profundos avances contra el capitalismo y la autoridad burguesa, y simultáneamente los derechos humanos fundamentales y la mayoría de las libertades políticas democráticas han permanecido intactas bajo condiciones de crisis económica severa, invasión y provocación burguesa. Todos estos factores representan un paso primer paso en construir un estado post-revolucionario que no sea burocrático ni autoritario.

Dada la oportunidad de desarrollarse libre de intervención extranjera, las instituciones todavía frágiles de pluralismo revolucionario en Nicaragua podrían continuar desarrollándose, poniendo un poder mayor directamente en manos de las masas. Tal transición por supuesto no se garantizaría aún bajo las condiciones más favorables, sino que dependería crucialmente de la orientación política del FSLN. Bajo las condiciones realmente existentes que enfrenta Nicaragua, en que la supervivencia de la revolución y la nación depende antes de nada de derrotar una invasión patrocinada por el imperialismo que tiene aliados internos dentro de la oposición política derechista y la jerarquía de la iglesia, el grado de democracia revolucionaria probablemente se reduzca durante la guerra.

La actitud política hacia el gobierno Sandinista de Nicaragua no puede basarse sobre ilusiones vanas o sobre pronósticos de una “inevitable” degeneración burocrática, sino sobre el historial real de lucha del FSLN durante y desde la victoria revolucionaria. Este historial muestra que el FSLN ha librado una intransigente lucha anti- imperialista y ha puesto su confianza en las masas nicaragüenses para adelantar la revolución. Nosotros por lo tanto apoyamos al gobierno Sandinista incondicionalmente en su lucha contra el imperialismo de EE.UU., contra los contras y contra las fuerzas procapitalistas en Nicaragua.

Exigimos el fin de toda agresión económica y amenazas militares por los EE.UU. contra Cuba. Como ha indicado Noam Chomsky, Cuba ha sufrido el “terrorismo internacional,” incluyendo el terrorismo nuclear, en los pasados 25 años, más que cualquier otro país en el mundo. Solo el pueblo de Cuba tiene derecho a determinar como regir su país y con qué países aliarse. No compartimos una actitud política común hacia el gobierno cubano y el liderato de Castro, ni tampoco estamos completamente de acuerdo en lo teórico sobre el carácter de las sociedades de Europa Oriental.

De hecho, como se discutirá en una sección subsiguiente, creemos que es una error para los revolucionarios de Estados Unidos construir organizaciones hoy en base al total acuerdo sobre interpretaciones teóricas precisas de sucesos históricos, o acuerdos sobre todos los asuntos de la actualidad.

Lo que nos une es nuestro apoyo a las luchas por la libertad en todas partes, como ha sido expresado por el movimiento de los trabajadores polacos y por la revolución nicaragüense. Nos comprometemos a aprender de las luchas de los trabajadores y los oprimidos en todos lados, y a construir la solidaridad con ellos. Nos agrupamos no porque compartimos totalmente todos los puntos de vista, sino porque estamos del mismo lado en las luchas de los trabajadores y los oprimidos en todas partes.


EL MOVIMIENTO OBRERO EN LOS EE.UU.

Los cambios enormes en el capitalismo que han tenido lugar en la década pasada y los que aún están por venir requieren una transformación completa del movimiento obrero organizado en los EE.UU. Nuestra visión de un movimiento obrero renovado es que sea en lo central democrático, militante en sus métodos de lucha, intransigente en su defensa de la igualdad para todos, que apele a la clase en su totalidad, y que sea internacionalista en su perspectiva. Esto requiere no sólo la transformación de las uniones existentes, sino la organización de millones de trabajadores no organizados en cada sector de la economía y la formación de un nuevo partido basado en la clase trabajadora. Enfrentar al capital en esta era de cambio, requiere que el movimiento obrero se transforme. Quizás el mayor cambio requerido para su supervivencia sea su relación al capital. De una relación de cooperación y dependencia, el movimiento obrero debe desarrollar una postura de oposición e independencia hacia el capital.

El trabajo de transformar al movimiento obrero pertenece a las bases obreras. La dependencia desesperada de la burocracia sindical de los EE.UU. en relación al capital multinacional y sus partidos políticos la excluye de jugar un papel importante en tal cambio. La transformación de la unión por las bases no es algo para mañana ni algo que sucede en un momento. La lucha ha comenzado ya. En el presente su foco central es la resistencia a las concesiones y al quebrantamiento de los sindicatos por parte de los patronos. Pero se encuentra también en otras luchas del día. Los socialistas participan en estas luchas e intentan extraer las lecciones que pueden mover la lucha de la mera resistencia a una lucha por un cambio mayor dentro del movimiento obrero y dentro de la sociedad en su totalidad.

Los socialistas y los sindicatos

Los socialistas siempre han sido participantes y constructores de sindicatos. El movimiento obrero de EE.UU. no es una excepción. A lo largo de la historia estadounidense los socialistas han estado en la vanguardia de las luchas por forjar organizaciones democráticas de la clase obrera. Los visión positiva que tienen los socialistas sobre las uniones se deriva de la creencia de que el agente central de la revolución socialista es la clase obrera auto- organizada. A pesar de que las uniones en sí mismas no son organizaciones revolucionarias, pueden jugar un papel importante en desarrollar la conciencia, auto-confianza, y poder de la clase obrera.

Desde el fin de segunda guerra mundial la mayoría de los líderes sindicales en las naciones desarrolladas capitalistas han elegido el camino de la cooperación y la paz social. Dentro del marco de una expansión inaudita de las economías occidentales capitalistas al finalizar la guerra, la opción de cooperación pareció lógica a la mayoría de los líderes y aceptables a la mayoría de los miembros. Esta orientación colaboracionista no significó una ausencia total de conflictos. Los gobiernos conservadores y los patronos recalcitrantes continuaron provocando ataques y en Europa las necesidades de reconstrucción del capitalismo después de la guerra provocaron enfrentamientos ocasionales sobre el contenido del pacto social. Pero en su mayoría, los líderes sindicales occidentales abandonaron la práctica y hasta la ideología de la lucha de clases.

Hoy, el pacto social se desmorona. Irónicamente, no es la clase obrera, sino la capitalista la que ha roto el pacto social con la burocracia sindical . En los últimos años, el capital en todas las economías industriales desarrolladas se ha retractado del pacto de la postguerra. En parte esta es simplemente una reacción a la crisis económica global que ha hecho demasiado caros los términos del pacto en una era de competencia internacional intensiva y de reestructuración industrial global. En parte es la realización tardía de la burocracia sindical que todavía piensa como si el trato estuviera vigente — o no puede ver más allá aun cuando saben– y es incapaz de ofrecer ninguna resistencia seria. Es también en parte una consecuencia de un cambio político masivo a la derecha que es en sí una criatura de la crisis capitalista.

Así como los socialistas participaron en el pasado en la resistencia a la burocratización u otros efectos del pacto social, aun cuando la lucha pareció desesperanzada, hoy debemos ser parte de la respuesta a la nueva ofensiva capitalista por más limitada que parezca.

El capital y el trabajo en los 80s

Las características más evidentes del capital en la década de 1980 han sido la fluidez, la movilidad, la disposición a entrar y salir de nuevos campos, cambios organizativos, y globalismo desvergonzado. Las del sindicalismo estadounidense en la década de 1980 han sido la organización burocrática, rigidez de estrategia y práctica, temor a lo nuevo, estrechez de visión programática, y nacionalismo insular. El pacto social desarrollado en los EE.UU. en la década de 1940 se basaba en un acuerdo por la parte obrera de limitar los aumentos salariales y de beneficios de acuerdo a los aumentos en la productividad. En práctica esto significó destripar a la organización del poder en el lugar de trabajo a cambio de un crecimiento en el ingreso personal proporcional al crecimiento total de la economía y la expansión de las ganancias. Políticamente, este acuerdo surgió como la alianza institucional de los sindicatos con el Partido Demócrata — y el rechazo de una orientación hacia un partido obrero. La agenda de reformas laborales en la practica se limitaría a lo qué los Demócratas consideraban factible a la luz de las funciones policíacas crecientes de los EE.UU. en el mundo. Tanto los pactos políticos como los industriales se fundaron sobre la base de negociaciones entre élites y requirieron aumentar el aislamiento burocrático de los líderes obreros, aislarlos de la influencia de sus bases. Las negociaciones contractuales se convirtieron en materia de especialistas. La solidaridad, poder obrero en el taller, y la acumulación de destrezas por la bases dejaron de ser características centrales del sindicalismo en los EE.UU.

Los movimientos negros, de mujeres, y los movimientos de base de finales de los 60 y principio de los 70 en los EE.UU. hicieron avances importantes contra los bastiones de poder burocrático y el pacto social sobre el cual descansaban, pero fueron incapaces de derribar los muros del poder burocrático. Para mediados de los 80s, los movimientos extensos de centralización de capital, el cambio tecnológico, el aumento de la movilidad del capital, y sobre todo el incremento de la internacionalización favorecieron al capital a expensas del movimiento obrero organizado en los EE.UU. De hecho, gran parte de la pérdida de influencia obrera fue el resultado del descenso de viejas industrias y el surgimiento de nuevas industrias producto de la reestructuración de la división internacional del trabajo. Desde 1979 los patronos han librado un ataque sin cuartel contra los salarios y condiciones de los trabajadores estadounidenses. Las concesiones al capital se han mantenido constantes en tiempos de recesión y en tiempos de recuperación. . Un estudio reciente por el Instituto Brookings demuestra que para 1985 las concesiones habían afectado prácticamente todas las industrias en el sector privado sindicalizado. El contenido de las demandas del patrón, sin embargo, ha cambiado y ha llegado a ser más o menos regularizado en los últimos años. Los patronos no se satisfacen con simples cortes o congelaciones salariales. Una proporción creciente de las demandas concesionarias concierne la eliminación de barreras a la competencia entre los trabajadores. Ya sea mediante planes cooperativos tales como QWL o ESOPS, o mediante la capacidad para sub- contratar, mediante salarios basados en la producción, o sistemas salariales de dos niveles, o cualquier otra forma, la meta es eliminar los últimos vestigios de la solidaridad obrera, de organización en el lugar de trabajo, y los otros obstáculos al control por parte de los patronos y a la “flexibilidad”. Esta es la meta no sólo en las industrias actualmente organizadas, sino también en las nuevas industrias orientadas a los servicios. Los rompehuelgas, la violencia organizada pública y privada, el intento por quebrar los sindicatos están de vuelta y en su mayoría han sido apoyados por los políticos incumbentes: desde la Casa Blanca, hasta los gobernadores Demócratas como Babbitt (huelga Phelps Dodge) y Perpich (huelga Hormel), hasta las alcaldías (incluyendo a Harold Washington en Chicago).

En el último año, sin embargo, la lucha en torno a las concesiones y cada vez más sobre el propio sindicalismo han aumentado. En un número creciente de situaciones los patronos han estado dispuestos a provocar huelgas a fin de romper o humillar a la unión. En un número creciente de casos, las compañías han usado la violencia organizada (equipos profesionales de “seguridad”) o han convencido a la instancia pertinente del gobierno a hacerlo. Los huelguistas tanto de Phelps Dodge, A. T. Massey, Danly, La Tribuna de Chicago, como de Hormel enfrentaron un nivel de fuerza armada que no ha caracterizado las relaciones obreras de EE.UU. desde hace años.

La resistencia a la ofensiva patronal ha crecido también. Típicamente, esta renovación de la resistencia se percibe como una lucha contra las concesiones y en defensa de la unión. También típicamente, la voluntad de luchar se origina al nivel local. A veces la unión internacional tolera las iniciativas locales, a veces se opone, pero pocas veces organiza la resistencia o le brinda apoyo agresivo a las luchas.

En lucha tras lucha, los grupos de trabajadores o las uniones locales han buscado apoyo de otras uniones. En algunos lugares esto ha dado origen a organizaciones permanentes como el Proyecto de Apoyo Obrero de Massachusetts o el Comité de Solidaridad del Área de Toledo; frecuentemente son de naturaleza ad hoc. La búsqueda de la solidaridad de otros trabajadores sindicalizados y de otros grupos sociales oprimidos no es simplemente la implementación de una perspectiva de izquierda. Tales esfuerzos han provenido no sólo de centros urbanos con poblaciones grandes de izquierda, sino de pueblos pequeños y en plantas rurales. Es típico que los huelguistas busquen apoyo en otras uniones, organizaciones de agricultores, y grupos comunitarios en sus áreas. Comúnmente, reciben algún nivel de apoyo. A pesar de que no ha surgido ninguna organización de fortaleza importante y estabilidad verdadera, esta búsqueda debería considerarse como los primeros pasos hacia la reorganización obrera, los primeros pasos tentativos hacia una respuesta de clase obrera al cambio a las relaciones de poder de clase en los EE.UU.

La organización de los millones de trabajadores mal pagados que constituyen el centro de gravedad — aunque no necesariamente el centro de poder — dentro de la clase obrera es obviamente la clave de cualquier estrategia para transformar el movimiento obrero de EE.UU. . Pero no se trata simplemente de contratar más organizadores o aumentar el presupuesto dedicado a la organización de las uniones de hoy, mucho menos de contratar magos publicitarios o vender tarjetas de crédito a los pobres. Se trata de una cuestión política. Requiere la diseminación de una nueva conciencia que personifique la oposición al capital, que derrumbe las barreras de raza y sexo así como también las de oficio y empresa. Esto requiere un movimiento obrero en que los intereses de los trabajadores como negros, como latinos, y como mujeres sean tan legítimos como la lucha por mejoras salariales; en que el poder de cambiar la vida en el trabajo sea una vez más un concepto central del sindicalismo; y en que las uniones se consideren representantes de los de abajo, y no protectoras de intereses sectoriales en decadencia. Es obvio también que la re-división internacional del trabajo que ha creado muchos de estos cambios requiere una perspectiva internacionalista. Deben forjarse lazos fuertes con los nuevos movimientos obreros ascendentes del Tercer Mundo.

Claramente los cambios que tan desesperadamente necesita el movimiento obrero de EE.UU. no vendrán de arriba. Como socialistas no ponemos esperanza en cabildear a la burocracia y mucho menos en permearla. Dentro de las uniones existentes, la esperanza permanece a nivel de las bases. Nuestras ideas y propuestas las presentamos a las bases obreras. .

Las tareas de los socialistas en las uniones de hoy

El movimiento obrero que luchamos por construir no es simplemente más democrático y más “progresista” que las uniones existentes. Su mayor aspecto de definición no es simplemente un conjunto diferente de posiciones o una postura más militante en las negociaciones colectivas. Luchamos por construir un movimiento obrero que tenga una relación fundamentalmente diferente con el capital que las uniones de hoy: una de oposición, no de colaboración, de lucha de clase, no de conservación de “intereses de grupo”. Esta tarea histórica no es simplemente algo para los socialistas de hoy; es el trabajo de millones de trabajadores que constituirá la base activa de tal movimiento. Los socialistas no pueden substituirse a sí mismos por la clase, ni podemos esperar ver tal desarrollo simplemente propagandizándolo. Nuestro enfoque rechaza tanto el substitucionismo como el propagandismo en favor de un enfoque activista en luchas existentes en que participamos y de las cuales intentamos extraer lecciones que apunten al mayor fortalecimiento del movimiento. Nuestras tareas básicas incluyen:

  1. Trabajo de base al nivel local del lugar de trabajo y la unión. La lucha por transformar las uniones locales, construir o reconstruir la organización sindical a nivel del taller, y la captura de uniones locales por corrientes de base son las tareas centrales en la lucha para transformar el movimiento obrero.
  2. Construir movimientos de oposición de base dentro de las uniones internacionales existentes.
  3. Construir la resistencia organizada a la ofensiva patronal. En la lucha contra los patronos hoy en día se necesita algún nivel de resistencia organizada más allá del local sindical, independientemente del control de la oficialidad sindical internacional .
  4. La lucha contra el racismo, el sexismo y el heterosexismo en las uniones y en el trabajo. El racismo, el sexismo y el heterosexismo siempre han sido barreras al desarrollo de un movimiento obrero con genuina conciencia de clase en los EE.UU. Aunque la proporción de mujeres y trabajadores de grupos minoritarios en las uniones es mayor que en el pasado, el racismo, el sexismo y el heterosexismo dentro de las uniones siguen siendo barreras a la verdadera igualdad en el movimiento obrero.
  5. La lucha por un internacionalismo genuino. La naturaleza global de capitalismo en su época de crisis y la reestructuración requieren una respuesta internacionalista por parte del movimiento obrero.
  6. La lucha para un partido obrero en los EE.UU. Estamos convencidos que una ruptura con la política capitalista es una condición necesaria para la creación de un movimiento obrero efectivo. Aun desde el punto de vista de una postura defensiva, por más militante que sea, la clase obrera asumirá bajo las circunstancias de hoy la oposición y la organización política independientes de las políticas patronales de ambos partidos importantes. Esto es una parte indispensable de la búsqueda de nuevas formas de organización obrera.

LAS MINORÍAS OPRIMIDAS EN LOS EE.UU.

El racismo y la opresión nacional ha sido piedras angulares del capitalismo estadounidense desde el principio. La explotación de pueblos no europeos– tanto dentro de sus fronteras como en el mundo colonial y semi-colonial — ha sido una fuente de ganancia para la clase dominante en los EE.UU. así como también una herramienta política para mantener su dominio.

La opresión histórica de los indios norteamericanos, chicanos y puertorriqueños se desprende de la conquista por los EE.UU. Los negros fueron arrancados de sus tierras natales y traídos en buques como esclavos. Para los chinos y japoneses, filipinos y árabes estadounidenses que vinieron a los EE.UU. como muchos otros trabajadores de Europa, el racismo virulento que encontraron ha formado su identidad particular como nacionalidades oprimidas. En algunos casos, hubo leyes especiales limitando su capacidad de poseer tierra propia o mantener residencia. La discriminación sistemática que estas grupos han sufrido es diferente de la discriminación étnica que las secciones de la clase obrera blanca han experimentado.

La lucha por el socialismo vincula una lucha combinada contra el orden económico existente con la lucha contra la opresión de las minorías. Aunque cada una de estas luchas tenga su dinámica propia, están estrechamente entretejidas, tanto por la naturaleza demográfica de las minorías, que son abrumadoramente proletarias, como por el capitalismo divisivo, que utiliza el racismo para dividir a los trabajadores.

Apoyamos los esfuerzos de las nacionalidades oprimidas hacia la auto-organización en todas las esferas — en organizaciones políticas, en uniones, en el movimiento de las mujeres, en la comunidad, y en la sociedad en general. Apoyamos la lucha por acción afirmativa dentro de instituciones integradas, y la lucha por la liberación económica y política, incluyendo el derecho de la autodeterminación. Nos oponemos a la utilización del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) como un arma en manos del patrón. La amenaza de deportación impide que muchos trabajadores se sindicalicen o luchen por salarios decentes. También nos oponemos a la deportación de quienes han tenido que huir de dictaduras o de condiciones impuestas por la intervención de EE.UU. en Centroamérica.

La actual crisis económica ha golpeado más severamente a los trabajadores minoritarios. Dentro de las comunidades de minoría, las mujeres, la juventud y los ancianos han sostenido el grueso de los ataques. Sin embargo, la profundidad de la crisis ha significado también que los trabajadores blancos que se enfrentan a concesiones están en una situación similar. Los más militantes y políticamente conscientes entre ellos comienzan a hacer las conexiones entre su situación y la de las minorías oprimidas.

Las conquistas logradas por las minorías en la década de 1960 y 70 se han deteriorado bajo el impacto la ofensiva de la clase dominante. La crisis en la vivienda y el empleo, el uso de drogas y la brutalidad por parte de la policía, y las continuas políticas de exclusión política contra las comunidades de minoría no han producido todavía luchas de la magnitud de las que se dieron en las comunidades negras, mexicanas, puertorriqueñas, asiática y nativas norteamericanas, en la década de 1960 y principios de los 70s.

Gran parte de la resistencia en los años recientes ha tomado una forma electoral. La Coalición de Arcoiris (Rainbow Coalition) es claramente la expresión más desarrollada de este fenómeno. El deseo de buscar aliados entre todos que luchan contra la injusticia social está a el corazón de la coalición, así como también el reconocimiento que los oprimidos por las instituciones de la clase dominante deben tener una voz política. Pero a la vez esta agrupación queda restringida dentro del marco del Partido Demócrata.

Esta situación tiene dos raíces. Una es la continua sub- representación de las minorías en la vida política, lo cual las impulsa a luchar en el terreno electoral. La segunda es la destrucción del liderato del decenio de 1960, mediante asesinatos políticos y cooptación.

Algunos veteranos de los movimientos de liberación de la década de 1960 están todavía activos, y existe la potencialidad de que se unan nuevos combatientes más jóvenes para forjar un nuevo liderato revolucionario dentro de las comunidades oprimidas negra, india-americana y otras que pueden responder a la situación actual.

La crisis de hoy — a diferencia de la de la década de 1960 — afecta a todos los sectores de la clase obrera. Esto significa que la lucha de los revolucionarios por el liderato de los movimientos negro, mexicano-americano, puertorriqueño y de otros trabajadores minoritarios no se limitará a cómo adelantar sus movimientos. Asumirán inevitablemente compromisos con las diversas luchas sociales. Los nexos que Jesse Jackson ha sido capaz de forjar entre de miembros de P-9, los agricultores, las minorías y los grupos pacifistas indican la potencialidad de un movimiento anti-capitalista de múltiples revindicaciones. Los socialistas pueden ayudar a proveer un análisis para que ese movimiento fortalezca su independencia de clase y su carácter de lucha.

Solidarity apoya la lucha por restaurar los programas de asistencia social que afectan particularmente a las comunidades de minoría y aquellos que se oponen al presupuesto militar. En estas luchas apoyamos las demandas que desafían el derecho del capital a determinar el destino de estas comunidades, y que adelantan la movilización y auto- gestión de las comunidades. A causa de su propia opresión — y su identificación con luchas de otros pueblos no europeos- – muchos miembros de las minorías oprimidas en los EE.UU. han sido atraídos, históricamente, al radicalismo. La capacidad de estos activistas de asumir posiciones de liderato en el movimiento multinacional contra la clase dominante de los EE.UU., sin embargo, ha sido limitado por la segmentación de la clase obrera de EE.UU., la cual ha estado dividida, históricamente, por líneas raciales y líneas de género.

Además, los radicales blancos –incluyendo los socialistas – – han fracasado frecuentemente en orientarse correctamente hacia la colaboración genuina con los revolucionarios negros, latinos, asiáticos e indios norteamericanos. Nuestra propia organización, por su composición, refleja esta falla histórica. Buscamos por medio del reclutamiento y reagrupamiento, aprender y trabajar con revolucionarios de nacionalidades oprimidas.

La lucha por la liberación de Sudáfrica, contra la intervención en Centroamérica, y a favor de la solidaridad de la clase obrera internacional, es parte de la lucha contra el racismo de la clase dominante norteamericana. Dada la militancia creciente de los trabajadores negros representados por la Coalición de Uniones Sudafricanas (COSATU), y la identificación creciente de negros norteamericanos con COSATU, el Congreso Nacional Africano (ANC) y los otros grupos de liberación, la liberación de África del Sur puede tener un impacto político profundo sobre la conciencia negra en los EE.UU. y mejorar mucho las oportunidades de un renacimiento del movimiento bajo un liderato obrero.

A medida que el capital destripa los centros urbanos del Norte, que tienen grandes comunidades de minoría, debe continuarse la lucha por los empleos, la vivienda y otros servicios en esas ciudades, así como también la lucha contra los abusos de la policía y el terror derechista. Pero la huida creciente de capitales al Sur y el Sudoeste requiere que prestemos atención especial a la lucha combinada económica y racial en esas áreas: 53% de los negros todavía viven en el Sur, y los chicanos en el Sudoeste pronto serán la minoría más grande en los EE.UU. Los indios norteamericanos continúan luchando por el derecho a controlar su tierra. Debe prestarse atención especial a las luchas de los indios norteamericanos, que exigen reparaciones por el genocidio cometido contra su gente, se oponen a las expulsiones forzadas, y luchan y exigen revindicaciones de las corporaciones energéticas que amenazan su propia existencia.

La lucha de las nacionalidades oprimidas toma formas diferentes, tanto urbanas como rurales, entre las nacionalidades oprimidas más numerosas [negros e indios norteamericanos] así como también entre las víctimas más recientes [refugiados de Centroamérica], tanto en la defensa de las comunidades de nacionalidades oprimidas como en la demanda de acción afirmativa.


EL FEMINISMO Y EL MARXISMO

Somos socialistas y feministas: creemos que la lucha por el socialismo requiere una lucha por la liberación de las mujeres. No podemos hacer una revolución para crear una sociedad sin la explotación y la opresión a menos que las mujeres sean totalmente parte de esa revolución y de la creación de la nueva sociedad. También insistimos que la lucha por la liberación de las mujeres requiere la alianza de los movimientos feministas con la lucha de la clase obrera. La mayoría de las mujeres no puede esperar controlar sus vidas o lograr igualdad con los hombres dentro de una sociedad capitalista.

La lucha de clase no sucede únicamente en el lugar de trabajo o en batallas sindicales. Y la organización socialista revolucionaria tendrá que unificar movimientos de todos los grupos subordinados. Los socialistas han tratado de crear la unidad, demasiado frecuentemente, simplemente insistiendo que la opresión de clase “tiene prioridad”. Plantear a las mujeres que deben aplazar su lucha contra la dominación masculina en favor de un interés mayor de la clase obrera, implica no sólo definir a la clase obrera como masculina sino también reproducir en vez de socavar las divisiones que ya existen dentro de la clase obrera. La verdadera unidad sólo es posible cuando está fundada en la igualdad, en la participación igual de las mujeres en todos los niveles de organización, en un compromiso pleno de los recursos de la organización para trabajar en el movimiento de las mujeres, y en la incorporación de perspectivas feministas en todas las áreas de actividad política socialista.

Un movimiento socialista que no se dirige a las necesidades de las mujeres y sus aspiraciones apenas será capaz de movilizar a las mujeres para la revolución. Una clase obrera dividida por el sexismo será vulnerable a las estrategias de conquista de la clase capitalista. La insistencia de los hombres de que tienen derecho a monopolizar los trabajos a nombre de su papel tradicional de sostén de la familia, divide a los trabajadores, mujeres y hombres, uno contra el otro, debilitando la organización unificada.

Una clase obrera que no haya enfrentado los puntos fundamentales de la política sexual planteados por el feminismo será más fácilmente manipulada por las fuerzas políticas conservadoras. La nueva política derechista y “profamilia” utiliza temas importantes y se refiere a necesidades verdaderas. Su invocación de una familia ideal basada en el control de la sexualidad de las mujeres y el encierro en roles tradicionales puede parecer ridícula, pero tiene influencia cuando la alternativa es la inseguridad y el derrumbe de la vida personal, la mercantilización implacable de la sexualidad de las mujeres en los medios de comunicación masivos, en los anuncios y entretenimientos, y, para muchas mujeres, en las relaciones reales. La profundidad de la continuidad de la opresión de las mujeres se demuestra en los medios viciosos que todavía se utilizan para mantener a las mujeres “en su lugar”: la violencia de hecho y de imagen, la violación, el asalto, el acoso sexual. Una clase obrera que no esté preparada para desafiar los roles familiares en que los hombres continúan teniendo la responsabilidad primaria del ingreso, mientras las mujeres continúan teniendo la responsabilidad primaria por los niños, el cuidado de los hombres, y el trabajo doméstico, aún cuando ellas también trabajan por un salario, continuará considerando el desempleo y los salarios masculinos como temas políticas importantes, mientras los salarios de la mujeres y sus empleos quedarán relegados a una posición de menor importancia. . Como consecuencia será más difícil lograr la solidaridad entre distintos grupos dentro de la clase obrera, entre los beneficiarios de la asistencia pública y los sindicalistas, entre los organizados y los desorganizados, entre obreros calificados y los trabajadores clericales y los trabajadores de servicio público. Las luchas de las mujeres trabajadoras por igual paga por trabajo de “valor comparable,” a favor de la acción afirmativa, del acceso igual a todos los oficios y profesiones, a favor de la representación en los lideratos sindicales, en pro de protecciones contra peligros reproductivos y el acoso sexual en el trabajo será crucial para lograr esta solidaridad.

El desarrollo del feminismo como una teoría de la opresión de la mujer y de la organización necesaria para superarla, así como la visión de una sociedad alternativa, han hecho una contribución importante a la teoría marxista y a la política socialista. Por ejemplo, en su demanda de una revolución en la vida personal así como también en la vida pública, el feminismo ha ayudado a retornar el marxismo a su anterior énfasis libertario y democrático. Los socialistas se han esmerado por desarrollar y profundizar el ideal marxista de la emancipación humana en todos los aspectos de la vida. La visión socialista/feminista plantea acabar con la explotación, no sólo económica, la inseguridad física, y la privación material, sino también la enajenación de nuestros cuerpos y nuestra sensualidad, nuestra capacidad para la intimidad, la sexualidad, y el juego. Donde el marxismo tradicional planteó la responsabilidad colectiva por los niños sólo con el objetivo de liberar a las mujeres de la carga individual de la maternidad, el feminismo nos han ayudado a ver más allá. Nuestra meta no es simplemente estatificar la custodia de los niños sino también permitir tanto a los hombres como a las mujeres participar en la crianza de los niños. Nunca tendremos relaciones profundamente humanas y de compañerismo en el trabajo, en la vida comunitaria y en la política hasta que abandonamos la destructiva división sexual del trabajo, la cual exige que las mujeres los hombres alimenten y cuiden a los demás, pero no los hombres.

Las luchas de las mujeres contra la dominación masculina — ya sea por la igualdad en el lugar de trabajo, la libertad reproductiva, la libertad de vivir abiertamente como lesbianas, por el fin de la violencia masculina contra las mujeres, etc. — son cruciales no sólo para la construcción de un movimiento de mujeres sino también para el desarrollo de un movimiento socialista revolucionario. Las organizaciones organizadas por y para las propias mujeres desarrollan la experiencia, la confianza en sí mismas, el conocimiento, y la militancia de las mujeres de una forma que las organizaciones mixtas nunca pueden lograr. En las organizaciones autónomas, las mujeres aprenden las destrezas de liderato y aprenden a apoyarse y a confiar unas en otras. Y aunque la liberación de las mujeres no se puede lograr bajo el capitalismo, las mujeres pueden mejorar la calidad de sus vidas a través de la lucha por conseguir reformas. Cada victoria que aumenta el radio de acción de las mujeres, las independiza del apoyo económico de los hombres, y aumenta la capacidad de combatir contra la depreciación cultural de las mujeres, y fortalece la auto-organización de la mujer.

Por lo tanto, estas batallas también proveen la base ideológica, orgánica, material, y la experiencia desde la cual las mujeres pueden asegurar que sus necesidades, intereses, y metas sean prioritarias en la política socialista. Al desarrollar un programa político sobre los asuntos de las mujeres, al insistir en que esos puntos se reconozcan en acciones comunes con otras fuerzas, al educar y apoyar a las activistas que también participan en organizaciones socialistas, las organizaciones feministas han forzado a la izquierda socialista revolucionaria a desarrollarse políticamente más profundamente de lo qué de otra manera hubiera sido posible.

Nos comprometemos a construir un movimiento de las mujeres que sea multi-racial y obrero. Las mujeres de color y las mujeres de la clase obrera no han estado bien representadas por el autodenominado movimiento feminista. Desafiaremos — en nuestra propia prensa y en otros medios, así como también en nuestros esfuerzos organizativos — cualquier definición del feminismo que excluya los esfuerzos de auto- organización contra la opresión de las mujeres de la clase obrera de color. Reconocemos que las mujeres de color y las otras mujeres de la clase obrera han estado al frente de las luchas por la ampliación de los servicios sociales, a favor de alternativas de calidad para la crianza de los niños, a favor de ingresos adecuados para mantener a sus familias, ya sea a través de mayores oportunidades de empleo o de asistencia federal directa. También reconocemos que los puntos planteados por el autodenominado movimiento feminista, incluyendo los derechos reproductivos, la violencia contra las mujeres, la acción afirmativa y el mérito comparable, son cruciales en las vidas de las mujeres de la clase obrera y de color. Por ejemplo, el derecho al aborto para nosotros es sólo un primer paso para garantizar la libertad de una mujer a decidir si va a criar un niño y cuándo. Las verdaderas opciones sobre la reproducción requieren una gama amplia de derechos: el derecho al cuido de los niños a costo razonable; el derecho a ser lesbiana; el derecho a la contracepción segura y a la protección contra la esterilización forzosa; el derecho a una vivienda decente y a un trabajo seguro con salarios razonables.

Las mujeres de color pueden optar por participar en el movimiento de las mujeres mediante estructuras autónomas, por unirse al movimiento amplio de mujeres, o por el contrario constituir un caucus dentro del movimiento, pero en todo caso su participación es crucial para crear un movimiento pro liberación de la mujer. Sin la presencia de mujeres de color expresando sus propias necesidades, el movimiento feminista puede ser dividido más fácilmente. Extenderemos nuestros esfuerzos para impartirle a las campañas feministas nacionales la expresión de los intereses de las mujeres de la clase obrera y de color.

Las mujeres, utilizan múltiples formas de organización para luchar contra su condición secundaria, al igual que la clase obrera y demás gente oprimida. Por eso, es importante que las feministas se vinculen con las luchas populares en que las mujeres están en el liderato. Las mujeres son el espinazo de muchas organizaciones comunitarias, anti- racistas y de derechos civiles, sindicatos, comités de solidaridad, y grupos anti-guerra y anti-nucleares. Las mujeres están en todas partes, y aun cuando no se consideren a sí mismas “feministas,” se están organizando contra la opresión y formulando demandas a sus patronos, a sus gobiernos, a sus sociedades, y están desarrollando capacidades de liderato y de transformación en gente política que toma las riendas sobre su propia vida. Esa es la esencia del feminismo.

También nos comprometemos a mantener la atención en las interrelaciones entre las luchas por la liberación de las mujeres en los Estados Unidos y en otros países del mundo. Aceptamos la responsabilidad de educar al movimiento feminista en nuestro propio país sobre cómo el capitalismo estadounidense se beneficia de la opresión de las mujeres en los países subdesarrollados extrayendo ganancias extraordinarias basadas en salarios bajos, mientras destruye las conquistas económicas logradas por las luchas de las mujeres en los Estados Unidos.

AL igual que tratamos de introducir una perspectiva obrera y anti-racista a la organización de las mujeres, también trabajamos por introducir una perspectiva feminista en todas las áreas de nuestro trabajo. De esta manera, esperamos preparar y consolidar las alianzas entre el movimiento feminista y otras fuerzas de oposición. Organizamos grupos de mujeres para marchar en manifestaciones anti-racistas y piquetes de huelgas. Apoyamos todas las formas de organización de las mujeres — fracciones, comités de trabajo, comités sindicales en los lugares de trabajo, comités en los movimientos anti-intervencionistas, por la paz, y anti-racistas. Asumimos responsabilidad por iniciar campañas feministas en pro de los derechos homosexuales, el derecho al aborto, los santuarios para mujeres maltratadas, contra el acoso sexual, entre nuestros compañeros en los movimientos sindicalistas y comunitarios. Asumimos responsabilidad por traer a colación las necesidades especiales de las trabajadoras en las negociaciones colectivas y otras campañas sindicales, por ejemplo en asuntos de seguridad contra accidentes del trabajo.

En todas las áreas de la organización feminista, enfatizamos la actividad y el autodesarrollo político de las mujeres. Al igual que en los otros movimientos sociales, la confianza en el Partido Demócrata ha debilitado seriamente la lucha de las mujeres. Nos oponemos a las campañas, las estrategias, y las formas de organización que fomentan la pasividad, la confianza en los líderes, en los expertos o en los políticos. Apoyamos las estrategias de acción directa, las campañas educativas, la movilización de la base. Estamos convencidos de que tales estrategias son la manera más efectiva en que las mujeres pueden conquistar nuevas reformas. También creemos que la auto-organización de las mujeres, su movilización y su desarrollo como activistas políticos, es crucial para la renovación de un movimiento socialista revolucionario en los Estados Unidos.


LA LIBERACIÓN GAY Y LESBIANA

La lucha por la liberación lesbiana y gay está ligada fuertemente a la lucha por la liberación de las mujeres. Las dos opresiones se relacionan en el sistema de la familia, que fuerza a los niños a un molde heterosexual rígido, y a definiciones limitadas y opresivas de la masculinidad, la feminidad y la sexualidad. La libertad para las lesbianas y los gays requiere una gama drásticamente expandida de opciones para toda la gente — como seres sexuales, como miembros de una familia, como gente trabajadora, como hombres o mujeres, como niños y adolescentes. El desmoronamiento visible de la familia tradicional hace más y más urgente la creación de nuevas maneras de relacionarse sexualmente, convivir y criar niños. Las organizaciones autónomas de lesbianas y gays han explorado estos puntos, y las apoyamos fuertemente. La conquista de los derechos civiles sin trabas para los gays sería un paso importante en esta lucha más amplia de liberación. Luchamos por la revocación de todas las leyes contra “la sodomía”, que son limitaciones anticuadas a la heterosexualidad así como también a la homosexualidad; estamos a favor de que se pasen leyes federales, estatales y locales que prohiban la discriminación en la vivienda, el empleo y los servicios basada en la orientación sexual; a favor de revocar todas las medidas homofóbocas en las leyes de naturalización e inmigración; a favor de que se termine toda distinción legal basada en la orientación sexual. También luchamos por la inclusión de cláusulas de derechos gays en los contratos sindicales. Aparte de estos esfuerzos contra la discriminación, las lesbianas y los gays necesitan desesperadamente el apoyo hoy contra las amenazas a su salud, a su seguridad y a sus vidas. El financiamiento para las investigaciones sobre el SIDA y los servicios sociales para la gente (de cualquier orientación sexual) con el SIDA y el Complejo Relacionado al SIDA ha sido insuficiente y ha tardado demasiado; tiene que aumentarse seriamente. El peligro siempre presente de la violencia anti-lesbiana y anti-gay se ha complicado por el uso despreciable del pánico al SIDA para alimentar el fanatismo. Apoyamos los esfuerzos para que la policía y las cortes hagan valer las leyes existentes contra la violencia y para que se añadan medidas contra la violencia anti-gay a las leyes existentes contra la violencia racista. También apoyamos la organización de la auto-defensa lesbiana/gay. Nos oponemos a los ataques bajo cualquier pretexto contra los lugares de reunión gay. Un antídoto necesario al fanatismo anti-gay es una representación simpática y realista de la vida lesbiana y gay en los medios de comunicación, las escuelas y otros foros públicos. Finalmente, apoyamos las luchas lesbianas y gay que desafían el sistema existente de la familia heterosexual. Las asociaciones gay deben recibir apoyo y reconocimiento igual que las parejas heterosexuales casadas y solteras. Se debe otorgar a las lesbianas y a los gays los derechos plenos a la custodia de sus niños, sin sacrificar u ocultar la manera en que viven. La predisposición injustificada en la adopción y la colocación adoptiva hacia hogares “tradicionales” o “normales” debe ser eliminada. Dentro de nuestra propia organización apoyaremos no sólo la auto-organización de las lesbianas y los gays, sino que también trataremos de apoyar las opciones sexuales y personales de todos nuestros miembros.


POR UNA POLÍTICA INDEPENDIENTE

La necesidad de acción autónoma de la clase obrera está a la raíz de nuestra concepción de la acción política independiente. La independencia de la clase obrera es el corazón de la política revolucionaria socialista proletaria, que enfatiza la auto-organización y actividad de los trabajadores, la confianza en su propia fortaleza — incluyendo la construcción de alianzas con los oprimidos. En el terreno electoral, el principio de la auto-organización de la clase obrera requiere un partido independiente. Al carecer de un partido independiente, la clase obrera y los otros movimientos progresistas se tornan en grupos de poca influencia en la política burguesa, a pesar de la militancia de su actividad. Esta es la trampa de la cual los trabajadores de los EE.UU. no han escapado todavía. Así como creemos que los trabajadores, por las instituciones de la clase obrera (los sindicatos) deberían tener una política de desafiar a los patronosen vez que colaborar con ellos, creemos que el mismo principio debería aplicarse en el terreno de la política.

Al contrario de la estrategia reformista, no nos consideramos “críticos” de los partidos burgueses, los partidos Republicano y Demócrata, sino como adversarios de ellos. En verdad, en los Estados Unidos la cuestión del Partido Demócrata es la división más importante entre la política del reformismo y el socialismo revolucionario. La línea de partido del reformismo en los Estados Unidos plantea que el terreno de la política progresista está dentro del Partido Demócrata. No importa cuán raído en los bordes, cuán desunidos sobre otros puntos, los sectores del reformismo confluyen sobre esta cuestión — desde el más conservador hasta el más liberal en la burocracia de la AFL- CIO, el liderato pequeño burgués del movimiento de las mujeres, los líderes de las organizaciones de derechos civiles, la Coalición del Arcoiris, los liberales que apoyan la Guerra Fría, y los socialistas Democráticos de América. De hecho, el Partido Demócrata es el cementerio de los movimientos por el cambio político y social. Es un partido controlado por y completamente atado al capital corporativo, y por esa razón está comprometido irrevocablemente con el mantenimiento del imperio mundial económico de los Estados Unidos. Es por lo tanto un partido de intervención en Centroamérica, el Medio Oriente, Sudeste Asiático y el resto del tercer mundo. Su capacidad y voluntad de reforma social se limita estrictamente a lo que el capital está dispuesto a tolerar.

Lógicamente, entonces, en períodos de prosperidad capitalista los Demócratas fomentan el adelanto institucional de los sindicatos dentro del sistema, generalmente apoyan los gastos de servicios sociales y los programas a los cuales se oponen los sectores más reaccionarios de los empresarios, y posan como los campeones de la igualdad para las minorías y las mujeres. En períodos de austeridad los Demócratas sacrifican cruelmente los intereses sociales a las necesidades del sistema. De manera que en cuestiones de cortar gastos, atacar las conquistas del movimiento de los derechos civiles y contener las luchas de las mujeres por la igualdad, los Demócratas no han presentado ninguna oposición duradera o significativa al Reaganismo. No importa cuán frecuentemente fracase el intento de capturar el Partido Demócrata para la política progresista — como fracasa siempre y siempre fracasará — el argumento de “intentar una vez más” resurge constantemente como resultado de cada derrota. La experiencia amarga de los movimientos sociales dentro del Partido Demócrata de las dos décadas pasadas se extiende desde la traición del Mississippi Freedom Democratic Party a la convención nacional de 1964 a la supresión cínica de los seguidores de Jesse Jackson en 1984. El revés burocrático a las reformas del partido del período de McGovern; las continuas traiciones Demócratas al movimiento sindical sobre las reformas a las leyes laborales, de impuesto y de presupuesto, el seguro nacional de la salud e innumerables puntos sociales así como también los derechos sindicales básicos. Hoy, como los Demócratas buscan rescatar la confianza de los hombres de negocios y los votos blancos, el “neoliberalismo” a favor de las corporaciones se ha convertido en el centro político de gravedad del Partido Demócrata.

Sin embargo, las ilusiones que los Demócratas son el partido de los obreros y “el pueblo” se reproducen continuamente. Continuarán existiendo mientras las instituciones básicas de la clase obrera estadounidense permanezcan atadas al Partido Demócrata. Es por lo tanto esencial que los socialistas continúen planteando la necesidad de un partido independiente con base en el movimiento obrero. El caso a favor de un partido obrero debe defenderse hoy, aunque sabemos que la propaganda socialista de por si sola no va a crearlo, y aunque la política del movimiento obrero oficial actual sea un obstáculo poderoso. No fingimos saber la estructura precisa que un partido obrero estadounidense tendría, ni cuán a la izquierda estaría al principio, ni si el ímpetu masivo inicial hacia la política independiente vendrá desde dentro del movimiento obrero organizado o desde movimientos sociales masivos tales como una lucha resurgente por la liberación negra. Nuestros argumentos hoy se centran sobre la necesidad de un partido independiente de la clase obrera estadounidense; buscamos avanzar esta idea por todos los medios apropiados y también apoyamos todos los esfuerzos de política independiente que puedan dar un ejemplo en esa dirección. La concepción de que el Partido Demócrata es el terreno para la política progresista es profundamente extensa en la izquierda. A pesar de que hay innumerables variaciones estratégicas y tácticas del modelo, hay dos conjuntos importantes de argumentos en favor de la inmersión izquierdista en el electoralismo del Partido Demócrata.

Lo primero y generalmente lo más sistemático es la política del reformismo, teorizado de la manera más notable por Michael Harrington y el liderato del DSA (Socialistas Democráticos de America), tanto por su ala izquierdista como derechista. El núcleo del argumento reformista identifica al movimiento obrero con su liderato, califica a este liderato como el verdadero partido izquierdista de la política de los Estados Unidos, indica correctamente la lealtad indisoluble de este liderato al Partido Demócrata, y concluye que tanto la lealtad a la clase obrera como la política práctica exigen que la izquierda enfoque su atención política en la lucha por cambiar el Partido Demócrata al ” verdadero partido del trabajo” o algo parecido. Aunque la estrategia de los reformistas no tiene ninguna oportunidad de éxito en transformar la política estadounidense, su teoría sirve la función importante de cementar su lealtad propia a la burocracia sindical existente. Mientras el reformismo se organice alrededor de la premisa que “el ala izquierda de lo posible” colinda con la conciencia política del lideratosindical, los portavoces de la política reformista son aceptados por lo menos por un sector de ese liderato como los consejeros y como representantes de una versión semi respetable del “socialismo”.

Al efectuar esta función, los socialdemócratas han fomentado dentro del movimiento sindical la noción de que las concesiones pueden ser progresistas, que cuando los empleados compran fábricas para rescatar a los patronos eso es una reforma estructural progresista, y otras nociones desastrosas. De esta manera, algunos de los peores retrocesos sufridos por los trabajadores estadounidenses fueron teorizados como “conquistas estratégicas”. Además, al organizar a un sector considerable de los radicales para trabajar en el Partido Demócrata, el argumento reformista fomenta el acomodo de estos radicales a las nociones pro- corporativas de la reestructuración capitalista, la necesidad de medidas de austeridad, y aspectos cruciales del imperialismo estadounidense tales como la alianza política y militar entre los Estados Unidos e Israel. Así muchos izquierdistas (dentro y fuera de DSA) se encuentran trabajando al servicio de una política que ellos saben que está en bancarrota, con la creencia que esta es la única manera de “neutralizar a Reagan” o construir una “lucha realista por el poder”.

Una segunda orientación hacia el Partido Demócrata por la izquierda, que es más radical, aunque menos sofisticada teóricamente, se basa en el deseo de derrotar la intervención estadounidense en Centroamérica y aliarse con la lucha negra y otros movimientos sociales. Espoleada por la victoria de Harold Washington en Chicago en 1983 y aun más por el movimiento de Jesse Jackson en 1984, esta orientación considera al movimiento negro como la fuente del liderato y el centro crucial de una “política popular” dentro del Partido Demócrata. Esta concepción es central a la perspectiva política de varias formaciones anteriormente maoístas, de algunas agrupaciones estalinistas tales como Line of March, a la recién formada red socialista “Northstar Network”, y otras organizaciones diversas. Es también el punto de vista desarrollado por algunos académicos negros destacados, muy notablemente Manning Marable, quien sintetiza algunos de los argumentos institucionales del reformismo (p. ej. que el liderato negro representa en la esencia una política socialdemócrata análoga a un partido laboral masivo europeo) con el empuje más radical del populismo negro de Jesse Jackson. Apoyar la Coalición del Arcoiris representa una opción atractiva a la izquierda blanca, que reconoce agudamente su aislamiento de la comunidad negra. Es también excitante para los activistas en el movimiento contra la intervención, cuya prioridad es la lucha desesperada por detener el ataque contra las revoluciones centroamericanas, y que perciben a la Coalición del Arcoiris como un aliado con poder social.

En tal situación es demasiado fácil para los izquierdistas convencerse de que el asunto de si Jackson y la Coalición del Arcoiris son independientes de o están dentro del Partido Demócrata es realmente solo una cuestión terminológica, táctica, o secundaria, y que no apoyar al Arcoiris por tales razones es hilar demasiado fino. Nosotros creemos, por el contrario, que la independencia del Partido Demócrata es una cuestión decisiva, por lo menos tan importante o más importante que ningún punto particular en un programa formal. El consentimiento o la negativa de la Coalición del Arcoiris o fuerzas importantes dentro de ella a salir del Partido Demócrata determina si el Arcoiris ofrece la potencialidad de desafiar seriamente la hegemonía política capitalista bipartidista, o si es únicamente una agrupación de presión dentro del sistema que puede contenerse, luego conservatizarse o derrotarse. Desafortunadamente, no hay evidencia disponible para sugerir que esta cuestión esté abierta dentro del Arcoiris: más bien, Jackson y el liderato del Arcoiris se comprometen a trabajar dentro del Partido Demócrata, en realidad para salvar al Partido Demócrata.

No compartimos esa meta, y por lo tanto para nosotros se excluye cualquier forma de apoyo político a la Coalición del Arcoiris. Hacemos claro con nuestra literatura, declaraciones, etc. que consideramos el proyecto político total de la Coalición del Arcoiris dentro del Partido Demócrata un callejón sin salida trágico que embota la potencialidad enorme del movimiento. Por otra parte, donde Jesse Jackson o el Arcoiris se comprometan en actividades reales tales como manifestaciones anti-guerra, luchas de derechos civiles o a hablar a favor de una paz justa en el Medio Oriente, como ha hecho Jesse Jackson, por supuesto apoyamos tales acciones aunque no podamos estar de acuerdo por completo con cada consigna. La actitud positiva de los activistas del movimiento en general hacia la Coalición del Arcoiris es comprensible y normal. A pesar de que nuestra visión debe ser clara, no queremos que las diferencias sean un obstáculo para construir acciones de solidaridad y manifestaciones a favor de la defensa de Centroamérica, contra el racismo, etc. Bajo las condiciones actuales no hay, desafortunadamente, ninguna estrategia electoral clara para la izquierda revolucionaria. Nosotros no somos anti- electoralistas. Es decir, dondequiera que haya iniciativas nacionales, estatales o locales de un carácter radical independiente (antiguerra, obrero-campesinas, negra, latina, ambientalista, o socialista), la cuestión de si apoyarlas, y cómo, es un punto abierto de discusión.

Los miembros de nuestra nueva organización vienen de una variedad de tradiciones políticas con experiencias diferentes sobre la estrategia y la táctica de acción política independiente. Aunque rechazamos cualquier forma de apoyo a los candidatos de los partidos burgueses, reconocemos que las posibilidades de construir una política independiente tiene que explorarse con una actitud abierta hacia diversas formaciones independientes potenciales.


NUESTRA ORGANIZACIÓN

Nuestro fin es establecer una organización cuyo funcionamiento sea distintivo dentro de la izquierda, una organización que se distinga por su práctica democrática interna así como también por su comportamiento no sectario y activista en los movimientos de masas.

Reconocemos que estamos apenas en el comienzo de la lucha para construir, o reconstruir, la conciencia política socialista en una sección de la clase obrera estadounidense. No pretendemos tener una estrategia completa para lograr esto, y reconocemos que aprender a construir una organización revolucionaria en los Estados Unidos requerirá un enfoque flexible y experimental por un período considerable, así como también estudiar la experiencia de los socialistas revolucionarios internacionalmente. Uno de los errores que muchas organizaciones políticas diferentes han cometido es presumir que no están simplemente en camino, sino avanzados en desarrollar un partido revolucionario de la clase obrera. Esto los condujo a posar como organizaciones totalmente formadas de la vanguardia — a pesar de su tamaño pequeño y carencia de raíces en la clase obrera — y a rechazar el trabajo común, así como la unificación, con otros revolucionarios.

Creemos que estos vanguardistas se organizaron de una forma contraproducente para los socialistas revolucionarios, en cualquier época, y especialmente en los Estados Unidos en la década de 1970 y 1980. Una vanguardia genuina únicamente surge mediante años de inmersión en las luchas de la clase obrera y de los oprimidos. También en un período revolucionario, cuando su papel principal se reconoce ampliamente, debe ser internamente democrática, permitiendo a todos sus miembros presentar sus puntos de vista abiertamente, para organizar a otros miembros alrededor de estos puntos de vista y para cambiar las políticas de la organización si una mayoría se convence que son correctas. Debe también estar abierta a la clase obrera y los movimientos sociales, explicar honestamente sus políticas y dificultades, escuchando y a veces aceptando críticas de afuera, adaptándose a iniciativas populares espontáneas y comprometiéndose a un diálogo franco con otras corrientes de la izquierda.

En un período de luchas defensivas, debemos enfatizar la democracia dentro de nuestra propia organización y asimismo la apertura hacia afuera. Al establecer directivas para nuestro funcionamiento orgánico, adaptamos la experiencia histórica del movimiento socialista revolucionario internacional, notablemente la práctica del partido Bolchevique en los años tempranos de la Revolución Rusa, para favorecer nuestras circunstancias específicas. Consideramos que un número de miembros activistas es una condición necesaria para una organización democrática verdadera. Esperamos que los miembros que trabajen en el mismo movimiento coordinen sus esfuerzos y discutan sus problemas comunes conjuntamente.

Nuestra meta es llevar a cabo campañas unitarias a favor de luchas existentes. asegurándonos que las intervenciones sean adecuadas a nuestros recursos y que el grado de compromiso sea precedido por una discusión adecuada. En todo nuestro trabajo en los movimientos sociales, seguimos el principio de que el organismo más bajo capaz de hacer una decisión (grupo de trabajo, seccional, etc. ) debe hacer esa decisión, y que la opinión de los que más involucrados estén en el trabajo debe recibir mayor peso.

Una vez se ha llegado a una decisión después de darle consideración, los miembros tienen la obligación de llevarla a cabo. Por supuesto, un miembro que no esté de acuerdo con una decisión específica no debe ser puesto en la difícil situación de ser responsable por su implementación, pero en todo caso, los miembros no deben interferir con la implementación de una decisión colectiva. Intentamos llevar a cabo nuestras decisiones críticamente en vez de ciegamente, tomando en cuenta los análisis y los argumentos en que se fundamentaron y permitiéndonos el mayor espacio para reconsiderar y corregir cualquier error que cometamos.

Para que una organización sea democrática, debe permitir una vida interna libre y democrática, en la cual la crítica y el debate se consideren parte necesaria del proceso de desarrollar un plan de acción. De igual importancia, se implementa la voluntad de la mayoría, de manera que las decisiones tomadas tras una discusión democrática representan un mandato para el liderato y realmente afectan la política de la organización. Este último método de funcionamiento contrasta con el método socialdemócrata. en el cual nadie tiene que atenerse a las decisiones de la organización, y con los modelos burocráticos de organización, en los cuales el liderato está más allá del control de los miembros, los cuales sin embargo se espera que lleven a cabo la decisión de ese liderato. Una organización verdaderamente democrática debe estar compuesta por activistas. Si la perspectiva general de la organización es el producto no solo de su programa político general, sino de las experiencias concretas de los miembros de las uniones y los movimientos de masa. entonces es absolutamente esencial desde el punto de vista político que los miembros estén involucrados.

Ya que cada miembro individual adquiere conocimiento directo del trabajo inmediato en que está involucrado/a, la organización debe proveer la mayor información posible a sus miembros. Un/a activista en un sindicato o grupo pro derechos reproductivos debe recibir información a tiempo sobre el movimiento negro de liberación para redondear su conocimiento y permitirle participar en las discusiones políticas de la organización sobre la misma base que los otros miembros. Un programa educativo activo para todos los miembros, los nuevos y los más experimentados por igual, es también esencial para este propósito.

En suma, la organización debe crear una experiencia colectiva para sus miembros. A su vez, cada miembro contribuye a esa experiencia colectiva con su actividad. También prestaremos atención especial al desarrollo de destrezas de liderato y al la implementación de posiciones de liderato para las mujeres y otros que han sido tradicionalmente excluidos de los puestos de liderato.

Por otra parte, rechazamos absolutamente cualquier concepción de que los miembros de la organización tienen que presentarse como un bloque monolítico hacia el exterior. Este es uno de los aspectos de las sectas que la mayoría de los activistas saludables encuentran repulsivo. Y reconocemos la necesidad de desarrollar entre todos los miembros de la organización un sentido de confianza en las habilidades propias. Esto implica la necesidad no sólo de tolerar, sino de comprender que los miembros de la organización deben tomar iniciativas– y no esperar a que algún comité central en otra ciudad les traspase las iniciativas. Una organización saludable debe alentar a sus miembros a tomar iniciativas y asegurar la flexibilidad para evaluar condiciones particulares y traducir los principios generales de la organización en prácticas que sean adecuadas a las circunstancias. A distinción de la práctica de grupos que presentan un rostro monolítico hacia el exterior, no sólo en la acción sino pretendiendo que todos piensan igual, nuestra organización tiene la responsabilidad de distinguir entre la implementación de campañas unitarias, y la apariencia de funcionar como portadores de “la línea” que no pueden pensar por sí mismos.

Cualquier liderato, por virtud de controlar los recursos de una organización, tiene una ventaja especial en cualquier debate interno. Por esa razón, el derecho de formar tendencias y facciones es absolutamente necesario para garantizar el funcionamiento democrático y la posibilidad de que una minoría pueda persuadir a suficientes miembros para convertirse en mayoría. Más aún, la organización en su totalidad debe educarse con la idea de que en cualquier debate, nadie está 100% en lo cierto o 100% en lo falso. En vez, se da el caso de que diferentes tendencias reflejan diferentes aspectos de la realidad de forma desigual.


SUPERANDO ALGUNOS ERRORES

Al formar una nueva organización socialista revolucionaria, estamos en la obligación de examinar algunos de los errores recientes de la izquierda revolucionaria, ya sea de las corrientes de que muchos de nosotros provenimos o de otros sectores.

Tal evaluación debe equilibrarse cuidadosamente. La lección más importante de la década de 1970 fue el fracaso de modelos sectarios de construcción de partido. Esos mismos fracasos han ocasionado que muchos activistas radicales olviden las lecciones aún más profundas del decenio de 1960 — la naturaleza capitalista, racista, e imperialista del Partido Demócrata — lección aprendida por un ala considerable del movimiento durante la guerra de Vietnam, una guerra impulsada por John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Es de mayor importancia que una revalidación crítica de la lucha por la organización revolucionaria nos conduzca hacia adelante, no hacia atrás a la pasividad o al refugio en las instituciones políticas del sistema. Sin embargo, los peligros muy verdaderos de la política reformista, ya se expresen en el cinismo desmoralizado de muchos intelectuales socialdemócratas destacados o en la perspectiva de la Coalición del Arcoiris de los maoístas de antaño, no nos deben impedir examinar los fracasos de las expectativas exageradas y el sectarismo.

En la primera mitad del decenio de 1970 la izquierda revolucionaria sobrestimó su fortaleza propia y (más pretenciosamente) el ritmo de desarrollo de la crisis capitalista y de la respuesta de la clase obrera. Una plétora de pequeñas organizaciones revolucionarias creyeron en diversos momentos en la década de 1970 que estaban en el camino hacia la construcción de un partido revolucionario en EE.UU. Puestas juntas a través del tiempo, varios millares de militantes pasaron por esos procesos de construcción partidaria; millares más pasaron por la experiencia del New American Movement, que a pesar de que no era “marxista-leninista” o Trotskyista en la orientación también previó llegar a ser un partido de masas por el socialismo en EE.UU.

Es demasiado fácil enfocar en algunos de los aspectos más grotescos y pintorescos en las vidas de tales grupos: los cultos de mini-personalidades, saltos contorsionados de línea política sobre China, discusiones raras sobre versiones estalinistas correspondientes al “Frente Unido” en el trabajo sindical o el trabajo minoritario y nacional, purgas internas sobre el “chauvinismo blanco” u otros puntos fabricados que destruyeron a grupos enteros, etc. Sin embargo, enfocar en estos aspectos corre el riesgo de perder las lecciones más importantes que hay que extraer de los juicios errados y las equivocaciones obvias de esos años. Un enfoque más atento requiere que miremos las experiencias de los sectores de la izquierda revolucionaria que eran fundamentalmente democráticos y cuerdos en sus enfoques políticos.

La creencia de que nuestro grupo particular constituía en algunos sentidos el “partido de vanguardia,” o su núcleo, en una situación donde en realidad el grupo tenía influencia limitada en la base e igual o menor posición real de liderato entre grupos de trabajadores, creó distorsiones de diversos tipos en nuestra política. Tal situación inevitablemente generó ciertas tendencias, que se justificaron frecuentemente desde el punto de vista “Leninista” o de las normas “centralistas-democráticas” pero que más frecuentemente eran una mala interpretación y una lectura incorrecta de la práctica histórica real del partido Bolchevique en la vida de Lenín. Tales tendencias, que se expresaron con grados desiguales de intensidad en las vidas de diferentes grupos, incluyeron:

  1. Una centralización excesiva de liderato a expensas de la iniciativa local, flexibilidad táctica y disposición a experimentar con estilos variantes de trabajo. Había un estado más o menos continuo de movilización — a veces con resultados productivos, pero con oportunidades insuficientes de evaluar las experiencias, con el resultado que la iniciativa estratégica llegó a ser el reino exclusivo del liderato central. La evaluación política frecuentemente se restringió a la discusión de un Comité Político, filtrada hacia abajo mediante informes al Comité Nacional, y entonces a las bases por medio de los miembros del Comité Nacional y artículos sobre lo que ya estaba hecho en la (siempre homogénea) prensa de partido. Las bases, entonces, se entrenaron (frecuentemente bien) para absorber y defender la línea, más bien que para ayudar a generarla. El proceso de abajo hacia arriba se reservó para la discusión de la convención cada par de años, cuyas decisiones, por razones evidentes, fueron descartadas. El énfasis exagerado en el “liderato” relativo a la iniciativa de las bases en las organizaciones de vanguardia se reprodujo frecuentemente en la relación del grupo a la lucha de clase. Los pequeños grupos de revolucionarios sobrestimaron su capacidad para conducir y a veces hasta presumieron de su derecho “históricos” a hacerlo en virtud de su política “avanzada”. Una distorsión a la cual dio origen este pseudo vanguardismo fue la formación de “frentes” a gran escala o en pequeña escala con raíces tenues en la clase obrera o los movimientos de los oprimidos.

    No estamos hablando aquí de coaliciones amplias como las que existieron, por ejemplo en el movimiento anti-guerra, sino de organizaciones que decían representar a las masas de trabajadores y oprimidos que en realidad estaban completamente dominadas por una secta. El método de organizar “frentes” a veces produjo resultados deslumbrantes a corto plazo seguido de un colapso por otra parte. Las agrupaciones serias de base que se aseguraron de crear procesos internos democráticos y lideratos con base real tuvieron logros más sólidos y sobrevivieron a largo plazo.

  2. Hubo una inflación exagerada de lo que estaba en juego en cada debate político, sobre la estrategia de una campaña sindical o aún algún asunto teórico o de política extranjera, resultando en una tendencia hacia la formación de facciones en cada desacuerdo. Tal faccionalismo existió en proporción inversa al peso real de las organizaciones en el movimiento de masas, de manera que mientras más caldeado el debate interno, menos importaba el desenlace en el mundo real. En las formaciones maoístas o “marxistas-leninistas”, todas las cuestiones políticas se medían por su correspondencia con la versión de la teoría de los “Tres Mundos” o del “enemigo principal” que estuviera de moda. En los grupos Trotskistas, la concepción de la importancia singular del “programa”, según la cual cada diferencia política potencialmente significaba una amenaza a las políticas fundamentales de la organización, condujo a luchas amargas y divisiones sobre cuestiones teóricas. De diferentes formas, estos problemas acosaban también a otros grupos, tales como los Socialistas Internacionales, cuya insistencia en concepciones estratégicas demasiado rígidas condujo a dos divisiones dañinas.
  3. La confusión teórica de las luchas de los oprimidos con la categoría de “clase”. Si la revolución proletaria estaba en agenda y construir el partido obrero era la orden del día, se hizo demasiado fácil ignorar las grandes complejidades y múltiples dimensiones de los movimientos sociales. Por ejemplo, sobre el movimiento negro, la izquierda revolucionaria (independientemente de las teorías particulares sobre el carácter racial o nacional de la opresión de los negros) comprendió correctamente en general que la lucha negra, con su composición altamente proletaria, es revolucionaria en su dirección general. Esta visión correcta, sin embargo, se simplificó demasiado, al punto de considerar cada lucha de los obreros negros una lucha por derechos democráticos fundamentales (transportación a las escuelas interraciales, oposición a la brutalidad policiaca, detener la fabricación de casos racistas, etc. )que era automáticamente “revolucionaria” aún cuando los involucrados no lo veían así. Los revolucionarios blancos y negros se inclinaron hacia este error, los blancos aún más si llegaban a las luchas de afuera. (Los socialistas en los sindicatos, negros o blancos, que bregan con las luchas obreras a diario, adquirían por lo general un entendimiento de la realidad más rápidamente).

    Las dificultades de la izquierda con el movimiento de las mujeres son otro ejemplo, considerándolo pequeño burgués ya que como bien sabe todo revolucionario la clase obrera (concebida abstractamente) era lo que realmente importaba. En el proceso la izquierda a menudo desenfatizaba precisamente aquellos asuntos que resultaban de mayor importancia para las mujeres obreras. Aquí también, miembros de organizaciones de cuadros que estaban involucradas en luchas de las mujeres (en industrias tradicionales o no tradicionales) aprendieron lecciones importantes que fueron asimiladas a su vez por sus grupos políticos. Pero a menudo las contribuciones de esos miembros eran devaluadas dentro de sus organizaciones.

    En última instancia, la hipertrofia del “papel de liderato del partido” en combinación con el fracaso de las expectativas revolucionarias pudo llevar a la degeneración política. Los veteranos de la experiencia del SWP (Partido Socialista de los Trabajadores) pueden testificar mejor que nadie sobre esta dinámica: una serie de virajes desarrollados por el liderato buscando la clave del crecimiento rápido; desaparición de la democracia interna; la transformación creciente de una solidaridad esencialmente correcta con las revoluciones del Tercer Mundo (especialmente Nicaragua) en una substitución de ese trabajo por el trabajo diario de los miembros en sus lugares de trabajo y sus sindicatos. En el caso del SWP la transformación progresiva de la conciencia del partido eventualmente se expresó en cambios teóricos cualitativos, hacia una concepción etapista en las revoluciones del Tercer Mundo, y en un acercamiento a la política mundial que incluyó una defensa de la teocracia asesina de Khomeini como una fuerza “antiimperialista”, una retirada del apoyo pleno a Solidarnosc en Polonia y un acomodo general con el estalinismo pro moscovita.

    Hay otro error más sutil que ha acrecentado la tendencia a la fractura de la izquierda revolucionaria. Pensamos que es un error hoy en día organizar grupos revolucionarios alrededor de teorías precisas sobre la revolución Rusa. Queremos aclarar lo que esto significa. La precisión, el rigor y la claridad son las mayores virtudes en la elaboración de teorías y en el análisis histórico. Sin embargo, las líneas de demarcación política no se derivan de manera mecánica y lineal de las diferencias de interpretación histórica. Este tipo de acercamiento conduce a innecesarios debates caldeados sobre asuntos en los cuales una discusión más a largo plazo estaría en orden. También contribuye a la dinámica del faccionalismo y a las escisiones, las cuales en todo caso has sido demasiado altas debido a nuestra historia de evaluar incorrectamente las realidades políticas de nuestras sociedades.

    En la búsqueda de una solución a este legado negativo, nuestra organización agrupa corrientes e individuos con una variedad de visiones sobre asuntos históricos y teóricos, desde la interpretación de la Revolución Rusa y su liderato hasta las luchas centroamericanas de nuestros días. . Discutiremos y nos educaremos mutuamente, sin pretensiones de monolitismo y prestos a aprender unos de otros. Tenemos en común que estamos del mismo lado cuando se trata de la lucha: con el pueblo nicaragüense y su revolución contra el imperialismo, con los obreros polacos y su movimiento Solidarnosc contra la burocracia gobernante.

    Debido al carácter único del debate teórico sobre la naturaleza de clase de la URSS y Europa del Este en la vida de la izquierda revolucionaria anti-estalinista, es pertinente elaborar brevemente sobre los parámetros del acuerdo. La tradición de la revolución Húngara de 1956, del movimiento de Solidarnosc y otros que surgirán siguiendo su ejemplo –y no el régimen en Polonia o la URSS u otros estados en Europa del Este– representan la lucha por la libertad socialista y un futuro socialista para la humanidad. Sustentaremos esta posición abiertamente y sin tregua.

    Teóricamente, algunos de nosotros percibimos a estos estados como sociedades post-capitalistas cuya transición al socialismo está bloqueada por las castas burocráticas gobernantes y por las presiones del imperialismo. Otros consideramos a las burocracias clases gobernantes, explotadoras de la clase obrera de una forma nueva, en una formación social que es rival a la capitalista pero no menos reaccionaria. Otros las consideramos como esencialmente nuevas formas del propio capitalismo, el capitalismo de estado, mientras que otros no tienen una teoría firmemente definida y consideran que las explicaciones existentes no son adecuadas. Tenemos la determinación de prevenir que estas diferencias nos impidan extender la solidaridad activa a las luchas obreras en Europa del Este, y de prevenir que nos impidan crear una organización socialista común en los EE.UU.

    También sostenemos una variedad de visiones teóricas sobre la naturaleza, por ejemplo, de la Revolución Nicaragüense, lo cual no nos impide extenderle nuestra solidaridad. Por lo menos estamos de acuerdo de que no hay análisis viable de esa revolución u otras como ella que pretenda que se trata de una repetición de la Revolución Rusa de 1917 en miniatura.

    Sobre la cuestión de Cuba, a pesar de que estamos unidos en oposición total a todas las formas de hostilidad e intervención contra Cuba, no compartimos una visión común de la sociedad cubana y su régimen. Algunos pensamos que Cuba, a pesar de las limitaciones a la democracia obrera, representa un proceso revolucionario incompleto y altamente positivo con un impacto crucial en Latinoamérica y el Caribe. Otros consideramos al régimen cubano, en su relación con su propia clase obrera, como algo que no es cualitativamente diferente de los regímenes burocráticos de Europa del Este y por lo tanto no representa un modelo revolucionario positivo. No vamos intentar encubrir estas diferencias; en vez de eso, consideramos nuestros logros en construir una organización común que contenga una diversidad de opiniones a la vez que mantiene la colaboración entre camaradas como una prueba de la viabilidad del proceso de reagrupamiento.


LAS BASES DEL ACUERDO POLÍTICO

  1. El capitalismo es un sistema social anticuado que se encuentra en la actualidad en una crisis profunda. Esta crisis produce el comienzo de un nivel de vida descendiente y un empuje acelerado hacia la guerra. Esta crisis es el resultado ineludible de las tendencias más básicas del capital. La humanidad solo se liberará de la barbarie del desempleo, la pobreza, los niveles descendientes de vida de millones de personas y la guerra cuando el capitalismo haya sido reemplazado por un sistema económico racional, planificado, y democrático: el socialismo.
  2. El socialismo es el gobierno económico y político de la clase obrera, en que los medios de producción están bajo propiedad social de la clase obrera, que democráticamente planifica la vida económica. La clase obrera organiza su dominio económico y político a través de consejos de trabajadores y representantes populares, libremente elegidos entre una variedad de partidos de la clase obrera organizada y del pueblo.
  3. El socialismo solo puede lograrse por un movimiento político masivo revolucionario de la clase obrera que termine el dominio político de la clase capitalista y la propiedad privada de los medios de la producción. 4) La meta de esta organización será construir un movimiento socialista revolucionario en la clase obrera y los sectores aliados de los oprimidos. Todos los que comparten nuestros principios y trabajan para lograrlos pueden hacerse miembros.
  4. Los partidos políticos capitalistas, especialmente los partidos Demócrata y Republicano, están fundamentalmente opuestos a los intereses de la clase trabajadora, y son racistas y sexistas. Nos oponemos a cualquier forma de participación en o apoyo a estos partidos. Hacemos un llamado a que la clase obrera y sus aliados formen un partido político, nuevo e independiente, que luche por cumplir sus necesidades.
  5. La crisis capitalista ha puesto en marcha una ofensiva patronal que requiere solidaridad obrera internacional y nacional así como también organizar a los desorganizados. La burocracia sindical en su mayoría actúa como un freno a la acción obrera. Nosotros por lo tanto apoyamos todos los esfuerzos para transformar las uniones en vehículos militantes, incluyendo los grupos de base dentro de las uniones así como también las coaliciones contra las concesiones y los comités de apoyo a las huelgas.
  6. La opresión nacional y racial divide a la clase obrera y crea la pobreza y la miseria para millones de sus miembros. Nos unimos a la lucha contra el racismo, así como a la lucha por la acción afirmativa, y apoyamos los esfuerzos de las minorías nacionales oprimidas por organizarse independientemente para su propia liberación.
  7. Luchamos por la liberación de las mujeres, y por la igualdad de las mujeres hoy. La opresión de las mujeres dentro de la familia y en la sociedad divide a la clase obrera, contribuye a la depresión de los salarios de las mujeres y recarga a las mujeres desigualmente en la tarea de la reproducción social.
  8. Somos defensores de la liberación gay y lesbiana, de sus luchas por derechos civiles y estamos en contra de todas las formas de discriminación contra los gays. Apoyamos, como en el caso de todos los grupos oprimidos, los esfuerzos de los gays y las lesbianas de organizarse independientemente para su liberación.
  9. Somos internacionalistas. Apoyamos los movimientos de liberación nacional en todo el mundo y las luchas de los trabajadores por mejores niveles de vida y por el poder social y político en todas partes. Independientemente de las diferencias teóricas sobre los estados europeos orientales, somos defensores incondicionales de Solidarnosc en Polonia y otras luchas por un sindicalismo genuino y por la democracia de los trabajadores en la Europa oriental.
  10. Nos oponemos activamente al empuje creciente hacia la guerra, ya sea en forma de intervención en Centroamérica, el Medio Oriente o en cualquier otra parte, o la acumulación progresiva de la máquina de guerra estadounidense. Luchamos por el desarme unilateral en los Estados Unidos y, a la vez, extendemos nuestra solidaridad a los movimientos por la paz de Europa oriental.
  11. Hacia estos fines nos comprometemos a construir una organización socialista revolucionaria efectiva en los Estados Unidos cuyos miembros sean capaces de funcionar conjuntamente sin presentar una cara monolítica al mundo o comprometerse en vanidades de ser “la vanguardia”.